dijous, 19 d’agost del 2010

Amor imposible

Todo empezó ese 3 de agosto en que me llamaron para ir a trabajar. Llegué a ese horrendo sitio en el que ya había trabajado otros veranos, lo odiaba. Los primeros días eran muy duros y tenía el ánimo por debajo del suelo, pero este año todo fue diferente; la depresión se fue antes de lo previsto porque en ese maldito lugar apareció un chico; aunque para mi, más que un chico era una visión.
Los días iban pasando y yo me iba obsesionando con la visión y su dulce mirada, su sonrisa… ¿Pero qué podía hacer? Estaba segura de que él ni siquiera me veía, además, lo único que sabía de él era su nombre, Edu.
Cada vez que se acercaba mi corazón latía más rápido de lo normal y cuando alzaba la vista y se cruzaban nuestras miradas tenía la sensación de estar en una nube. Con los días veía que me iba haciendo un poco más de caso, que yo ya empezaba a existir para él.
Una noche quedé con una de mis mejores amigas porqué me tenía que contar algo, estaba enamorada del hermano de mi querido Edu. Aunque no lo pareciera eso me daba mucho juego, ya que yo no tenía ningún conocido común con Edu y mi amiga podía sacarle información valiosa a su hermano.
Las malas noticias empezaron a llegar y es que Edu tenía novia desde hacía mucho tiempo, eso me desanimó mucho, planteándome incluso desistir a mi objetivo. Pero cada vez que su mirada se cruzaba con la mía cogía fuerzas para continuar, no podía entender que con esas miradas que cada día eran más apasionadas, él pudiera tener novia y no sintiera absolutamente nada por mí, era casi imposible, y si no lo era, no quería admitirlo.
Agosto iba terminando, pero en un mes las cosas evolucionaron mucho porque pasamos de sonrisitas y miradas tontas a hablarnos y a reír juntos (aunque las miradas y las sonrisitas no las perdimos, evidentemente). Era como un tonteo continuo, como un juego, pero con una diferencia a todos los otros juegos y es que yo no tenía posibilidad de ganar.
Un día que no podían venir a buscarme al trabajo tuve que pedirle a Edu que me dejara en casa y así lo hizo. Me moría de ganas de despedirme dándole un beso, pero lo máximo a lo que pude aspirar fue un “Muchas gracias. Hasta mañana.” Entonces vi el coche que desaparecía a lo lejos, y a la vez el tren que se había escapado una vez más.

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